16/2/09

A veces...




A veces te sueño


y me despierto solamente a contemplar la luna


y contarle mis secretos,



A veces te extraño


de pronto aparece una lágrima sólo para ti


Pero otras veces cuando miro las estrellas,


te siento a mi lado sólo para cuidarme...




27/8/08

El Esperado re-encuentro


Siempre me he preguntado si existe vida después de la vida, hasta hace un tiempo creía que no, pero hubo algo que me hizo cambiar de opinión.

La historia de Roberto y Paloma, mi historia, es uno de los tantos sueños que han quedado por concluir en la vida de las familias dispersas a raíz de diferentes motivos.

Roberto, mi padre siempre ha sido alguien muy especial en mi vida, ocupa un lugar muy importante en mi corazón, más aún después de la separación con mi madre y su partida a tierras lejanas cuando yo tenía apenas 6 años, esto hizo que nos necesitáramos cada día más, nunca dejamos nuestro contacto, nuestras cartas que siempre terminaban con la esperanza de volver a estar juntos, su voz al teléfono, sus tarjetas tan significativas en fechas de gran importancia para mi y sus bendiciones que me acompañaban en todo momento.

Venezuela es un punto de partida para muchos chilenos, en la década de los 80. Las ciudades industriales de la patria de Bolívar, dieron acogida a miles de ciudadanos de la tierra araucana. Puerto Ordaz, Valencia, Barquisimeto, Maracaibo y Caracas, fueron los primeros asientos donde se ubicaron los chilenos que buscaban un futuro mejor, más tarde vendrían los caseríos, las ciudades de menor importancia y las zonas que apuntaban a polos de desarrollo petroleros, su última morada la tierra de Temblador en Monagas y Tucupita en el hoy Estado Delta Amacuro.

En ocasiones mi padre, me pedía que lo visitara, soñaba con nuestro reencuentro, con entregarme parte de ese calor humano tan propio del Caribe en general y tan de Venezuela en particular, nunca lo hice ya que para mí siempre habían cosas más importantes por hacer, siempre existió esa frase tranquilizadora que me repetía constantemente, “ya habrá tiempo para eso”. Siempre creemos que ¿”habrá tiempo para esto o lo otro”?, casi con la seguridad y la arrogancia de que las cosas pasarán como nosotros queremos.

Desperdicié una y otra vez la oportunidad del reencuentro. Ahora entiendo que postergar esos momentos, no siempre nos dan buenos resultados. El paso inevitable de los días, hace que el tiempo se nos escape de nuestras manos y cuando de verdad queremos ir a ese encuentro soñado, nos damos cuenta que ya es tarde, muy tarde, demasiado tarde…

Cuando cumplí 26 años fue extremadamente especial, había logrado una seguridad y una independencia en mi vida que no la cambiaría por nada ni por nadie. Tenía un trabajo estable, y una vida normal como cualquiera, pero había algo que faltaba, quizás las ganas de sentirme libre, de hacer cosas que fueran distintas a las conseguidas hasta ese entonces. Mis ganas de cambiar el rumbo de mi vida que bajo todos los medios intentaba evitar que se volviera aburrida y monótona, esto hizo que tomara la decisión de darle un giro a mi vida.

En aquella decisión de querer cruzar mares y también montañas, tomé un avión rumbo a la lejana y fría Suecia. Era lo que buscaba, una vida más liviana pero mas comprometida a la vez, un país estructuralmente muy ordenado, donde las personas aun creen en la palabra del ser humano cualquiera sea su condición y nivel social, en donde tuve que aprender a ser mas organizada, mas responsable inclusive con mis horarios.

Vivir en Escandinavia, no solo fue una experiencia laboral, sino que además el amor tocó mi puerta y le dio una nueva y amplia mirada al porvenir. Es extraño pensar que dos personas de culturas tan distintas puedan estar juntas, yo chilena y él árabe y para desafiar aun más es destino en un país que no le pertenecía a ninguno de los dos.

La inexistente vida familiar para los inmigrantes. Es en parte cubierta, aunque no del todo, por los amigos pues disfrutan de una manera muy especial, tal vez, es la forma que tenemos para llenar esos vacíos que nos dejan la distancia, el tiempo y el espacio tan inmensos cuando nos hayamos físicamente lejos de casa, pero tan espiritualmente cerca de los corazones de nuestra sangre familiar.

Logré tener amistades muy importantes para mí, los mejores amigos que jamás podría conocer. Miguel y Nelson, aquellos que pueden estar a tu lado sin pedir nada a cambio, ellos se encargaron de enseñarme lo hermoso de una amistad verdadera.

Miguel, un chilescote como le llaman allá, que lleva muchos años en esas tierras lejanas, él es de aquellos amigos que duran para toda la vida. Nelson, “mi hermano mayor” como dice él, un chileno con una alegría a flor de piel, se radicó en Venezuela, con una historia muy parecida a la de Roberto. Por aquellas casualidades del destino, en su pasar de adolescente a adulto por las tierras bolivarianas conoció a mi padre sin saber que años mas tarde tendría la oportunidad de conocer a su hija, y de ser una pieza importante y el regalo más maravilloso que la vida me pudo dar. Juntos recorríamos aquellas calles viejas de Estocolmo, me llenaba de alegría el escuchar sus experiencias, muchas de ellas relacionadas con mi padre.

En aquel país tan frío pero tan cálido a la vez, logré un trabajo y una estadía provisoria, lo que me hacia inmensamente feliz, y mi relación con mi padre cada día se tornaba mas estrecha, sentíamos una necesidad de estar siempre en contacto, de saber siempre qué pasaba con el otro. Nos llamábamos sin descanso todos y cada día sábado sin interrupción.

- Quiero que te vengas a Venezuela a pasar Navidad conmigo me dijo un día… ya había postergado tantas veces nuestro encuentro que creí prudente ésta vez acceder a su petición. Desde aquel día, nuestras charlas de aquellos sábados no volvieron a ser las mismas, eran cada vez más emocionantes, comentábamos nuestros acontecimientos y soñábamos con el momento en que nos volveríamos a ver, construíamos castillos en aire y la emoción se volvía cada vez más inmensa.

Era un sábado de Agosto como cualquier otro, planee mi día pero en todo momento esperando mi ansiada llamada. Tras una larga espera, mi mente empezó a inquietar y en ese momento supe que algo andaba mal. En mi interior algo me decía que mi padre estaba en problemas.

Esperé el domingo de manera muy intranquila, mis lágrimas brotaban sin ninguna explicación, sin un por qué, pero en mi interior sabía la respuesta.

¡¡ Mi padre está en peligro!! Me lo repetía una y otra vez.

La llamada que tanto esperé no llegó y eso me confirmaba que algo estaba pasando.

Llegó el lunes y mi inquietud se transformó en desesperación, cada vez más grande.

Suena el teléfono. Era mi madre, algo extraño para mi ya que siempre era yo quien llamaba.

¿Estás sola? Me pregunta, - no, estoy con Miguel.

¿Por qué?, ¿te pasa algo?,

No nada, solo preguntaba… el silencio se convirtió en mi respuesta.

Hija, tengo una noticia que darte me dijo.

No te preocupes respondí, sólo dime como fue.

Tuvo un infarto, falleció ayer y sus últimas palabras fueron para ti. Pronunció tu nombre con voz suave, un te quiero y estaré contigo por siempre. Ese era su mensaje.

Estaba viviendo los momentos más tristes de mi vida. Mi padre había fallecido y el recuerdo de sus caricias en mi niñez eran las únicas imágenes que tenía en mi mente, y mi refugio en aquel instante eran los brazos y las palabras consoladoras de Miguel.

Mis lágrimas que no podían asimilar la partida a toda prisa de Roberto, hicieron de mí una mujer sin norte de esperanzas. Me puse como meta, ir por fin al encuentro, que ya no sería para abrazarnos como tanto lo soñamos sino para dejar simbólicamente una flor sobre la tumba donde reposaba su cuerpo, el de mi padre, mi amigo, mi guía y mi esperanza.

Logré mi viaje tan ansiado a Venezuela luego de muchas complicaciones, antes de abandonar el país tuve una larga charla con Nelson, quien me describió con detalles como sería este viaje, me regaló todos aquellos consejos que daría un hermano mayor para proteger a los suyos, me contactó con personas a las que yo podía recurrir en el momento de mi llegada, ya que este nuevo acontecimiento lo haría sola.

Llegar a conocer un país, el que por años soñé en conocer pero con la tristeza de haber perdido a una de las personas que mas amaba. El estar ahí ya no tenía ningún sentido, todos mis sueños se fueron disolviendo desde aquella llamada.

Culpé a todos, cubrí mi tristeza, mis miedos y mis inseguridades con una coraza llena de reproches y de culpas. Renegué de Dios, intentando con ese acto endosarle mis propias culpas.
Cumplida la misión de visitar la última morada de mi progenitor, partí de regreso al Distrito Federal de Caracas. Avenida Urdaneta, La Candelaria, fueron como arte de magia mis sitios elegidos para hospedarme en un Hotel.

Mi misión era conseguir algunos permisos importantes antes de mi regreso a Chile.

Caminé por las calles de la gran ciudad, desorden y pobreza, que contrastaba con mis vivencias en la tierra de los vikingos. El calor insoportable, sumado a una humedad relativa del aire, que hacía cada vez más necesario beber y beber agua, para no desmayar.

Fue un día muy agotador, en mi recorrido por la ciudad encontré una iglesia, la mas linda que había divisado hasta entonces, pero mi rencor hacia Dios y aquella tristeza que cada día se engrandecía, hicieron que desistiera la idea de entrar, y continué mi camino con un amargo sabor.

Llegando al medio día el calor se volvía algo tedioso y quise refrescarme para continuar con mis trámites. Algo en mi interior me llamaba a un lugar determinado y sin darme cuenta intentaba encontrar algo más que un refresco.

Allí estaba él, de unos 28 años tal vez, sentado en un rincón de la barra con la mirada mas limpia que jamás había visto, en ese momento supe que era necesario saber de él. Sabía que a pesar de ser un desconocido, teníamos muchos que hablar.

Podemos caminar sugirió él, no obstante, opté por sentarme. Mis pies cansados dejaban constancia de las largas caminatas que había recorrido antes de ese encuentro casual.

Hola, ¿como te llamas? Le pregunté.

Hola, mi nombre es José Gregorio. Mirándome a los ojos me dió su mano para saludarme. Con su mirada cálida y limpia y sin decir más, pude entender que había algo que lograría cambiar mi vida para siempre.

- Te sientas conmigo me dijo, ¿tienes algo de tiempo verdad?

Con mucho gusto me senté a su lado, había algo que me atraía y quería preguntar y saberlo todo.
Bien…, ¿Como te llamas? – Paloma, respondí.

Mmm… Que lindo nombre. Paloma… eres como las palomas que vuelan libres por los cielos y luego se posan en las plazas a deleitarse de los hermosos paisajes que la vida les regala.

Y ¿como van tus trámites?, preguntó. ¿Haz tenido algún problema para conseguir las firmas?
Con extrañeza respondí. ¿Cómo podría él, saber sobre mis quehaceres?.

Continuó hablándome de su vida, quizás para darme la confianza que necesitaba y así escuchar sus palabras. Sabes Paloma, yo soy médico, pero me gusta mucho tocar el violín, he tocado en la orquesta sinfónica de Venezuela, estuve viviendo en algunos países siempre por causa de estudios, ahora último estuve en España, he llegado hace pocos días a mi país.

Tantas coincidencias –respondí con extrañeza, le comenté sobre las casualidades de la vida, toda vez, que había conocido y lo decía con mucho orgullo la tierra escandinava.

Sí, lo sé respondió, siguiendo con su historia me habló de su novia árabe que tuvo en España, pero terminamos nuestra relación antes de viajar aquí, continuó.

Mi asombro fue innato. –Mi novio en Suecia también era árabe, contesté con una risa un tanto nerviosa.

Si, lo sé, siempre lo supe. El se llamaba Samer ¿verdad?

Ya no eran sólo coincidencias, ahí supe que era algo aun más importante, ya que cada palabra que pronunciaba se acercaba más y más a mi verdadera historia.

No te asustes me dijo, tu llegaste aquí buscándome sin conocerme, porque sentías esa necesidad, porque buscas que yo te diga algunas cosas sobre tu padre, lo ví en tus ojos y lo sentí en tus manos cuando te saludé.

Con un poco de incredulidad y otro poco de consternación, lo miré, y supe que habían muchas cosas que decir.

- Sé que tu padre falleció hace muy poco, me dijo. También se que lo has llorado mucho, que todo este tiempo haz culpado a Dios por lo sucedido. Pero sabes, no lo llores más ya que si tu lo sigues llorando el no puede partir en paz, y no culpes a Dios por esto, porque él no tiene culpa, simplemente las cosas pasan por un fin, debes buscar la enseñanza de todo esto.

Lamentablemente, el tenía tanto amor para compartir contigo que eso hizo que su corazón estallara de felicidad, no pudo contener tanto amor por ti. El me ha dicho que tu eres muy importante para él y lo seguirás siendo siempre, también me ha dicho que si antes, por la distancia no pudo estar cerca de ti, ahora que ya no está, estará mas cerca de lo que tú te puedes imaginar.

Me explicó también que muchas veces deben pasar este tipo de cosas para que las personas se unan aun más.

A veces me pregunto, ¿Cómo una persona que no conoces puede hablar y decir tantas cosas de ti?. Mientras más me hablaba más me convencía que mi padre estaba allí con nosotros, a su lado, encargado de describirle cada detalle que el mencionaba, cada una de sus palabras eran las palabras de mi padre.

Luego de contarme cosas de mi niñez que ni yo misma recordaba, comenzó a describirme todo mi proceso vivido en Venezuela, todo lo que había pasado para estar allí y lo que me faltaba por vivir.

Hablamos por muchas horas, comencé a preguntarle por su vida, quería saber todo, no podía creer en la posibilidad que una persona fuera capaz de transmitir los mensajes de personas que ya no están en este mundo.

- Bueno me dijo, ya te he dicho mi nombre, José Gregorio, también te he dicho que viví en España. Que soy médico y que me gusta mucho tocar el violín, he tocado en la Filarmónica de Venezuela, y de vez en cuando ayudo con mi profesión a los más desvalidos, lo que me ha dado muchas satisfacciones.

En un recorrido por las calles del centro de la ciudad de Caracas, calles muy bullidas, tristes y muy coloridas por lo demás, me mostró su antigua casa en la que vivió, a la cual llegó después de haber vivido su niñez en otra ciudad, me habló de sus juegos de niño, indicándome también el colegio donde estudio y la iglesia donde habituaba ir, que luego estudió medicina, pero la dejó ya que existían otras cosas que le interesaban, como la vida religiosa y el ayudar a los demás, así como lo estaba haciendo conmigo. Logré por algunos instantes paralizar en mi mente toda la ciudad y aquel bullicio, mimetizándome con aquel relato que se volvía cada vez más interesante.
Caminamos por las adyacencias de la Iglesia, en dirección a la Estación Bellas Artes del Metro de Caracas.

Todo era tan mágico, casi como viviendo mi propio sueño. Luego de haber platicado y haber recorrido varios lugares de la ciudad de Caracas nos despedimos, yo debía continuar con lo que había empezado.

- Bueno, ya es hora de despedirnos, debo seguir con mis quehaceres, le dije.

Para mi fue un gusto haberte conocido, pero antes quiero pedirte dos grandes favores.

- ¿Recuerdas la iglesia que viste por la mañana a la cual no quisiste entrar?. Bueno, quiero que vayas, entres, reces y pidas perdón, ya que tu rencor y tu pena han hecho que se nuble tu mente y traspases tus culpas. Dios y tu padre siempre estarán contigo, y desde ahora más cerca que nunca.

La segunda, quiero que me des la oportunidad de darte un gran abrazo y regalarte un beso.

Era lo que inconscientemente yo estaba esperando, cerré mis ojos y sentí que ese beso y ese gran abrazo que duró algunos minutos, eran la despedida tan anhelada con mi padre. Era él, lo pude sentir, lo pude vivir, era su olor, era su voz al repetirme que nunca me dejaría, que desde ahora sería mi ángel de la guarda, que mi misión era descubrir la manera en que nos podíamos comunicar desde ahora en adelante. Fue el momento más hermoso y mágico que la vida me pudo regalar.

Tanto así que quedamos en volver a vernos al día siguiente, el tenía la dirección del Hotel donde me hospedaba, nuestra idea era reunirnos nuevamente, ya que fue una experiencia que de mi parte volvería a repetir mil veces si pudiera. Pero con toda la problemática que tenía encima no consideré en hacer las respectivas reservas de la habitación y me quedé sin Hotel esa tarde… Con mi equipaje a cuestas recorrí buscando una alternativa cerca del sector de La Candelaria. Fué imposible encontrar una habitación y tuve que subir hasta las inmediaciones de la Plaza de Armas de Caracas, muy cerca de la Catedral y la Municipalidad, algo muy típico de nuestras capitales y herencia de las Colonias.

El cansancio, el ajetreo y el calor insoportable del caribe, me sumergieron en un sueño de muchas horas, cuando desperté al día siguiente, ya la hora de la cita había pasado hace mucho rato… En vano recorrí la Avenida Urdaneta en dirección a Chacao, buscando el Hotel del día anterior. Me dijeron que me habían esperado por mas de dos horas, pero me habían dejado en el lobby del Hotel, un mensaje con letra de médico que decía textualmente “Paloma, quise abrazarte nuevamente para que sintieras el latido de un corazón que duerme en la esperanza de estar atento para ti. Que tengas bonito regreso a casa y un feliz destino en el re-encuentro con tu familia. Que la Luz de la Paz irradie todos tus caminos y todo lo que gire a tu alrededor sea de prosperidad.” Atte. Dr. José Gregorio Hernández.

Llegando a Chile comenzó una inquietud poco usual en mí, había algo que me decía que debía indagar sobre aquel nombre, José Gregorio.

Comencé una investigación, y grande fue mi asombro, al descubrir que José Gregorio Hernández fue un hombre con características de vida muy similares al hombre que yo conocí, más grande aún, cuando pude ver su fotografía. Era él, el mismo con el que estuve en Caracas, eran sus ojos, los mismos que pude mirar y que pudieron transmitirme esa paz tan especial.

Soy una convencida que aquel hombre que conocí, no era cualquier persona que podía leer mas allá de tu mirada. Ahora tengo la seguridad que se trataba de José Gregorio Hernández quien ayudó a mi padre a despedirse de mí.

Tal vez José Gregorio como un gran médico dispuesto siempre a ayudar a los demás, no pudo evitar la muerte de mi padre, pero si consiguió el esperado reencuentro con él, logró que aquel día, ese beso y ese abrazo nos uniera para siempre. Ese día, supe que hay amores que perduran a través del tiempo y que logran su complemento incluso traspasando la barrera entre la vida y la muerte.

Ahora, sé que mi padre siempre está conmigo y es mi tranquilidad. Cuando necesito de él, solo basta con cerrar mis ojos, quedarme dormida y así él pueda entrar en mis sueños, de esta manera podemos platicar de todas aquellas cosas que solíamos hablar por teléfono ahora, mirándonos a los ojos. Sé que puedo tenerlo conmigo y pedir de sus consejos cuando los necesito. Desde aquel entonces mi vida cambió radicalmente, ahí encontré el verdadero giro que yo misma buscaba, ahora puedo decir que Roberto, mi padre cumplió con su promesa de estar a mi lado por siempre y poder bailar juntos nuevamente como cuando yo era una niña.

Fin